Los suelos más pobres para el viñedo

Los suelos más pobres para el viñedo

Emilio Barco y Luis Vicente Elías retrataron con precisión milimétrica en la obra anteriormente citada los distintos perfiles de la viticultura queleña, desde las zonas en las que se plantaba la vid a los métodos y técnicas utilizadas a lo largo de la historia. Y como en tantas localidades de La Rioja Baja, se recuerda el empleo de los suelos más pobres para el viñedo, dejando las mejores tierras para el cereal y el regadío para frutales. También se valoraban especialmente los suelos cercanos a las bodegas y se le daba menos importancia a las zonas más cercanas al monte por la lejanía y las complicaciones que presentaban para llegar a ellas, laborear y tras vendimiar, llevar el fruto a las cuevas.

La ‘tierra sucia’ era la compuesta por piedras y cascajos y se valoraba al máximo, aunque la realidad es que los viñedos casi no las cataban y se destinaban a otros cultivos. Según el ‘Atlas del Cultivo Tradicional del Viñedo en España’, ‘la peña del Marlo’ es un tipo de composición que producía el mejor fruto, seguida de ‘la peña dulce’, que era más blanda y suelta y ofrecía peores uvas. La zona de Las Coronas, sobre el Barrio de las Bodegas era muy apreciada pero en general, los viñedos se situaban en las peores zonas agrarias.

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Barco y Elías realizaron una encuesta entre los viejos viticultores de la zona de Quel para realizar una foto lo más precisa posible de los métodos y las técnicas que empleaban para trabajar la viña, tanto de las que ellas practicaban como lo que conocieron de las generaciones precedentes merced a lo que habían oído de sus mayores. Las fórmulas, precisan los autores, son las que se utilizaban a principios del siglo XX, cuando tras el ataque de la filoxera al viñedo riojano, se produjo una reestructuración del mismo con técnicas de cultivo nuevas en gran medida por la necesidad de emplear el injerto, algo que acabó transformando la viticultura riojana.

Todos los viñedos se alineaban con una anchura de siete pies (metro y medio) con el fin de emplear caballerías. Una de las labores tradicionales era el descavar, que consistía en hacer un hueco alrededor del tronco de la cepa y con la tierra extraída amontonar o hacer perneras, que eran dos montones de tierra de alrededor de 35 centímetros de espesor. En otras ocasiones y dependiendo del sistema de plantación utilizado, eran cuatro los montones que se disponían alrededor de cada cepa.

 

Hasta los años treinta del siglo pasado, eran ‘lines’ con un marco de siete por siete pies, lo que daba una anchura de 150×150 en cuadro. Anteriormente se utilizaba una fórmula denominada al ‘tresbolillo’ con las mismas distancias pero en forma de rombos con la finalidad de que se pudiera utilizar el tipo de cava del ‘arabuey’ o lateral, que se empleaba mucho en las laderas para no bajar la tierra de las cabeceras de los viñedos a los fondos y así evitar la temida erosión y las escorrentías.

En la primera época, la plantación se realizaba a surco. Se preparaba la tierra con el ‘bravant’ empleando caballerías y a partir de ese momento, ya sólo se hacía mediante rastras o uñas. Este trabajo lo detallan así los autores: «Con el ‘bravant’ o un arado de vertedera se hacía un surco que se completaba con el trabajo manual de la azada, y en los puntos de plantación se hacía un hoyo de hasta 50 centímetros a comienzos del invierno. Al inicio de la primavera, después de podar, se plantaban las ‘barbudas’, sarmientos de cepas madres que se habían puesto a enraizar en huertas y en lugares muy fértiles. Este barbado se hincaba y se retocaba con tierra haciendo el montón que le protege hasta la rotación. Y al año siguiente se plantaba injerto con puyas recogidas de las mejores plantas existentes en las fincas, que en aquella época eran sobre todo garnacha y miguelete, sin olvidar otras varietales de blanco que hoy han desaparecido.»

Raquel Pérez Cuevas en El Arca

Sobre la densidad, en aquella época en Quel se medía la superficie de la tierra de labor en fanegas de 2.278,32 metros cuadrados, pero en el caso del viñedo se valoraba por el número de cepas en relación a la actividad del trabajo de campo de dicho cultivo. En el libro ‘La elaboración tradicional del vino’ de Luis Vicente Elías se explica que en La Rioja existían diferentes unidades para medir

«La medición se realiza por el número de cepas y es diferente según las zonas. En La Rioja Baja se conoce como ‘peonada’ y tiene desde 150 cepas en Igea a 200 en Arnedillo o 250 en Aldeanueva de Ebro, con casos en las que peonada llega a las 300. En La Rioja Alta se denomina obrada y varía de las 150 en el Najerilla a las 200 de San Vicente de la Sonsierra». En Quel la peonada era de 200 cepas, con lo que tres y media peonadas constituían la fanega, 17,50 la hectárea, aunque también existen datos de cuatro peonadas con lo que se entiende que se llegan a veinte por cada hectárea. Barco y Elías apuntan con este dato que el número de cepas por hectárea en Quel era de 4.000 y esto coincide con producciones «mucho más reducidas que en la actualidad».

La tapa o descava era una operación que se realizaba en primavera y consistía en extender la tierra deshaciendo los montones. El hoyo o cava permitía que las lluvias del invierno se almacenaran, así como basura de ganados, de oveja o ciemo, que cada dos años se echaba en la hoya y se consideraba que al utilizarlos se aumentaba el grado del vino. Esta labor se podía extender hasta el mes de mayo y hasta el otoño no se volvía a laborear las tierras de los viñedos.

Parece que el trabajo con caballerías en Quel se generalizó en los viñedos alrededor de 1930 y aunque los herreros locales eran capaces de fabricar los aperos más habituales, los arados ‘jaén’ y el ‘garraminchu’ se traían desde herrerías sitas en Estella. Se describe, además, el aparejo de las caballerías, que al contrario que en otras zonas vinícolas, se realizaba con un yuguillo en el cuello del animal y se unía al arado por tirantes y cadenas; en esta zona de Rioja no se empleaban ni forcates ni arados de dos varas.

Al utilizar animales para labrar las viñas las cepas comenzaron a separarse para que el paso de las caballerías se librara de la angostura que imponía el marco de siete por siete pies. Se utilizaba un arado llamado el ‘borracho’ para quitar las hierbas cercanas al tronco. En junio se realizaba una tarea llamada ‘levantar polvo’, que consistía en eliminar las hierbas más superficiales y el labrado se realizaba después de la poda, con siete u ocho surcos entre las cepas. La primera pasada se efectuaba en febrero y si se podía, se pasaba otra vez en junio.

Con el tractor se volvió a ampliar el marco de plantación y fue en los años setenta cuando la maquinaria se impuso a la fuerza animal.

Las tareas manuales en la cepa comenzaban al inicio del invierno con la poda, al principio con los ‘podones’ de hierro y años después con las tijeras de dos manos con mango de madera. La forma de conducción era en vaso y las cepas tenían menos altura que las actuales, con tres brazos, seis y hasta ocho pulgares. En tiempo de poda se realizaban las replantaciones por medio de acodos, sacando un sarmiento varal que se enterraba creando un furgón que sería el origen de la nueva cepa.

 

Cepa de viñedo El Arca
Cepa de El Arca

La viña se dejaba a su aire, ya que los autores constatan que no eran muy frecuentes las labores de desniete y espergura, y en raras ocasiones se despuntaban las cepas. Eso sí, días antes de la vendimia se hacían las calles cortando los sarmientos para facilitar el paso de los vendimiadores. La razón de no desnietar es que con la poda bien hecha no era necesario, aunque si se tenía tiempo se quitaban los hijuelos.

La manera más tradicional de vendimiar era con el corquete y el fruto se recogía en cestos de castaño, elaborados por cesteros y cañiceros locales. También fabricaban cuévanos, que admitían hasta setenta kilos de uva, que se aplastaba con el pisón, aunque a veces se perdiera parte del mosto. Se elaboraba uva de mesa recogida en agosto, sobre todo la blanca más tempranera, y el resto se transportaba en comportillos de madera, que tenían forma ovalada y los hacían en Murchante. En un carro se podían llevar hasta diez comportillos y las mulas que tiraban de la carga la llevaban hasta la puerta de la bodega, y de allí, a mano hasta el lago. Como algunos de los caminos eran muy estrechos, en Quel se creó un ingenioso sistema de conducciones de tubos de cemento desde la parte alta del barrio hasta cada bodega. Se llaman luceras y también servían para remover el tufo. Barco y Elías también destacan que estas conducciones no son una aplicación exclusiva del barrio de bodegas de Quel, ya que en Horche, una localidad de Guadalajara, las cuevas tradicionales disponen de vaciaderos o bocas de carga, que también servían para conducir las uvas hasta el lagar desde la parte superior a través de unos orificios, en este caso perforados, y que también servían para ventilar la bodega y evitar el temido tufo.